Una infancia de perros

ivan i els gossos

Hubo un tiempo en el que los niños abandonados eran parte del paisaje habitual de Moscú o San Petersburgo. Solos o en pandilla, esnifando cola o pidiendo dinero. Los habían dejado a merced de la despiadada ley de la calle o se habían escapado porque cualquier cosa era mejor que el infierno doméstico. O al menos eso creían. De este fenómeno hace tan solo dos décadas. Y el teatro nos habla de una de esas historias, la de Iván Mishukov.

Lo que sigue no es ficción. Iván escapó de su madre alcohólica y de su violento padrastro por voluntad propia. Con sólo cuatro años entendía ya que aquello era lo menos parecido a un cuento infantil. Decenas de miles de niños compartían las calles y las estaciones de metro con perros abandonados o salvajes.

El desmoronamiento de la Unión Soviética había expulsado a la cuneta a los más débiles, pero las circunstancias quisieron unir el desamparo infantil con los animales repudiados.

Iván, durante dos años, supo sortear tres peligros: el frío, la droga y los abusos de la calle. Y fue gracias a un grupo de perros callejeros con los que en un primer momento compartió la escasa comida y junto a los que se quedó a vivir luego dos años.

En agradecimiento, aquellos canes le ofrecieron lo que los adultos no le habían dado: protección y lealtad. En tres ocasiones la policía intentó sacarle de las calles, pero los perros siempre acudían en su ayuda. Y no sólo contra la policía.

Cuando las autoridades llevaron a Iván ante los servicios sociales se dieron cuenta de que lo mejor que le había pasado al chaval era haberse encontrado con aquellos perros. Sólo el hombre es un lobo para el hombre.

Lo que le sucedió a Mishukov, el niño salvaje de Moscú, dio la vuelta al mundo. La imagen exterior de la Rusia de Yeltsin era la del ‘sálvese quien pueda’. Expolio, devaluación y fractura social.

Iván, gracias a haber pasado la primera fase de su desarrollo con sus padres, pudo reincorporarse a la escuela y seguir una vida relativamente normal. Lo cual ni mucho menos era frecuente. Se dijo que, por las noches, soñaba con perros.

Iván, metáfora de los tiempos de penuria postsoviética, ha inspirado varias obras literarias. Eva Hornung publicó la novela Dog Boy en 2010, con la que ganó el Prime Minister’s Literary Award, el mejor dotado de Australia (traducido en España como El niño perro).

En ella se adentró en el sorprendente territorio que comparten hombres y animales. Romochka, el nombre literario del personaje, aprovechará la capacidad de adaptación demostrada en el tiempo que convivió con una manada de perros para volver a la sociedad.

Un año antes, la inglesa Hattie Naylor hizo una versión de los hechos para una versión radiofónica de la BBC, Ivan and the Dogs, merecedora del premio Tinniswood al mejor texto dramático original. La potencia de la obra la encaramó a los escenarios londinenses y al año siguiente quedó finalista de los galardones Olivier de teatro.

Este texto, traducido ya a ocho lenguas, fue adaptado para el teatro y dirigido por Pau Carrió, en la obra «Ivan i els gossos»

“De alguna manera nos habla de nuestra animalidad, de la solidaridad perdida entre los hombres, de la especie, que desaparece en tiempos de crisis profunda”.

Fuente: Rusia Hoy

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