¿Qué significa ser adolescente en Haití?
Bueno, todo depende. Si tus padres tienen medios, podrás ir a un colegio privado en Petionville, un barrio situado en lo alto de una colina en Puerto Príncipe donde se concentran los mejores locales y restaurantes de la ciudad. Alguien te llevará a la escuela. Tu uniforme habrá sido lavado con detergente y lavadora y, cada día, lo llevarás a la escuela perfectamente planchado.
¿Suena bastante normal, no?
No lo es. En Haití, esta vida es más que un sueño para la mayoría de los niños y niñas.
Si vas al campo de desplazados de Gaston Margron, en el vecindario de Carrefour, te encontrarás con una familia completa de adolescentes; sin padres, son ellos los que gestionan todo. Marclene, una joven de 19 años, actúa como la madre de sus hermanas. Comparte una pequeña y sofocante tienda de campaña con su hermana, Darline, que recientemente ha tenido un bebé, Marckensley. Las dos hermanas duermen en un colchón sobre el suelo, con el bebé en el medio. La hermana más pequeña, Mouna, duerme fuera de la tienda, también sobre un colchón. Su ropa –la de ella y la de todas las hermanas- cuelga sobre la parte exterior de la tienda de campaña.
Cuando las visité, no tenían dinero para detergente; lavan la ropa en un gran barreño con agua. El mismo en el que, también, ellas se bañan; tampoco tienen dinero para jabón, así que, simplemente, se mojan con el mismo agua.
Sus principales preocupaciones son bastante básicas: comida, agua y dónde dormir. Dependen de su hermano, Ted, que vende bolsas de plástico con agua en el mercado. Pero apenas saca unos peniques por cada bolsa, por lo que tiene que vender cientos de bolsas para ganar unos dólares. Me cuenta que consigue reunir 1 dólar al día. Todo el dinero que tienen para vivir los cuatro hermanos y el bebé.
Sin rendirse
La vida es dura, pero Marclene trata de no rendirse. Reza mucho –su Biblia, en creole, tiene totalmente desgastados los bordes- e intenta mantenerse positiva. Como cualquier joven de su edad, reunió el dinero suficiente para comprarse un móvil, pero encontrar dinero para cargarlo es algo prácticamente imposible.
Muchos chicos y chicas, niños y niñas, viven como Marclene y su familia. No es una vida fácil, pero ahí están. Hay una cosa por la que no se tienen que preocupar: la atención sanitaria. Save the Children cuenta con varias clínicas en el campamento y ofrece cuidado médico gratuito para todos los habitantes del campo. Cada mes recibimos entre 4.500 y 5.000 personas.
A pesar de que las noticias que llegan desde Haití son a menudo nefastas, no debemos abandonar el país. Los haitianos no lo hacen, y esa debe ser la primera lección que debemos aprender.
Fuente: FAMIPED Volumen 5. Nº3. Septiembre 2012